Soñé
que te iba a buscar al ciber-café donde trabajabas.
El
aire era limpio, y había días en que se nublaba un poco oscureciendo los
jardines bien cuidados de la comuna de la nostalgia.
Entraba
por un amplio portón y unas campanitas hacían su musiquita al viento como un
acto de meditación instantánea, entre unas cabezas y varios computadores veía
tu chasquilla, perdida en ese ciber donde trabajabas.
Estaba en un
barrio verde y primavera, un poco de humo de la chimenea de la panadería de la
esquina se asomaba y volaba mientras el olor a la once y la tetera hirviendo en
la casa de alguna familia de clase media, y los ladridos del cachorro juguetón,
y tu sonrisa bendita, y mi temblor fulgurante de volverte a ver, y tu voz
servicial y suave que a veces me ponía tenso cuando tensa tú me obligabas a oír
el popurrí de lecturas que anotaste en los diminutos papeles amarillos colmados
de textos y fórmulas de la materia que tal vez fuere economía o antropología o
alguna lía que liaste en mi interior.
Soñé
mucho rato con ese ciber.
Más
tiempo del que recuerdo.
Mi
mente pudo ir rellenando cada mueble que debía estar, y en qué lugar lo habrías
de poner. Hasta mi subconsciente sabría de qué color preferías el portón de
metal que a las 9 de la noche se cerraba prepotente como apagando la noche y el
aleteo de las pajarolas.
Soñé
con un ciber desconocido que me hacía sentir escalofríos de tanta timidez, donde
colgaba mi abrigo en la sillita de madera imaginada que aún estaba desocupada,
y te miraba a ti, porque lo que menos
importaba era el ciber, porque la razón del sueño eras tú, alma impertinente
que con desdén pretendiste alejarme suavemente para que no me diera cuenta
hasta que ya estuviera bien lejos.
Y
bien lejos me di cuenta.
La
pesadilla fue tener que visitarte donde creí que estarías, solo para poder
mirarte de nuevo aunque en el fondo de mi sepa que es en una alucinación
nocturna. Sin palabras recordaría todas las veces que reproché tu actuar
indiferente, aun sabiendo que yo fui tres veces peor y no lo pude ver.
Como
odié a esa mujer y cuan cercana fue.
En
un momento detenías la atención al público para caer en cuenta de mi presencia,
y ahí entonces, ahí, supe ver en esos ojos de trabajadora y trasnochadora que
aún quedaban rastros de mí en una extraña, escandinava y poco definida medida.
No
hubo ni un gesto delator, ni un cambio en tu ritmo cardiaco pero sé que algo pasó.
Un
rato desperté, y me acordé que hace años te había borrado.
Entonces
no quise volver a dormir, ni siquiera sé si ese ciber aún existe y no creo que
sigas trabajando ahí. Tal vez si voy a
buscarte encuentre a un gris desconocido que no despierte ni una imagen en mí, y
le pregunte tu nombre y él crea haber oído alguna vez esas tres letras que eras
pero no le formen ninguna palabra.
Quizá
yo ahora me parezca más a ese gris desconocido, y quizá pasen unos años más y también
pierda tus letras y olvide quien fuiste.
Quizá
hasta dudo que alguna vez sueñes con mis viajes al norte, o mi guitarra
rasposa.
Me
levanto, preparo un café cargado. No me queda azúcar y la radio pretende
animarme con la peor navaja que pudo clavar.
Alanis Morissette – Uninvited
“…but you, you're not allowed
you're uninvited
an unfortunate slight”
Dejo
la taza llena y cierro los ojos.
¿Te
acordai?
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