Camilo Durán Tapia
Dicen que los marinos dejan un amor en cada
puerto. Y puedo decir, con cierto pesar que tal afirmación, tal vez difamatoria
no siempre es verdadera.
En mi corazón sólo habita una mujer, ella
me conoce y me apoya a cada instante, sus cadencias y movimientos pausados me
relajan en su seno amatorio. En estos largos viajes surcando la vida, con
variados objetivos, nunca sabrá si volveré vivo. Pero ahí está, con una sonrisa
y su mirada sincera esperando recibirme.
Es verdad, al llegar a cada nueva tierra
son muchas quienes se nos acercan y nos entregan su pasión de hembra a cambio
de un poco de compañía y un par de historias de tesoros. Pero puedo jurarles
señores que de todas las camas que he visitado, ninguna me ha enamorado y mucho
menos interesado.
La culpa es de ellas que asumen en un
compromiso casi infantil que uno regresará del horizonte, encallará su barco
para siempre y se someterá a una ilusión mundana de amor humano, no me hagan
reír.
No señores, me he acostado con miles, pero
jamás he sentido una pizca de amor por alguna. Mi viejo y cicatrizado corazón
de marino tiene una sola dueña, que estoy seguro que cuando llegue el día de mi
muerte, entre sus brazos me va a recibir y me mecerá hasta perderme en ella.
Soy un viejo
marino, conozco el mundo de punta a cabo, cada una de mis cicatrices puede
contar mil historias y jamás he derramado ni una sola lágrima. No soy de
cuentos ni ilusiones, pero se que mi destino está saldado, y cuando al fin
llegue al fin de mis días, habrá sólo la caricia suave de mi mar amado.
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